Jesús Rafael Zambrano es sin duda el intelectual monaguense más famoso de los últimos cincuenta años, algo que quizá jamás imaginó este político, periodista, ensayista, abogado, doctor en ciencias políticas, nativo de Uracoa, capital del municipio del mismo nombre, ubicada al sur de Monagas, donde vio la luz un 24 de Octubre de 1925.
Zambrano era un erudito de un elevado pensamiento y mejor decir. Abogado de altísimos conocimientos en el campo del derecho laboral, autor de numerosos ensayos, mantuvo abiertas durante toda su vida las puertas de su bufete-biblioteca a una inmensa lista de estudiantes que allí conseguían, de su palabra y de sus libros, información de primera mano para la realización de sus investigaciones.
De férrea ideología marxista, nunca pasó de cobrar simbólicas sumas por sus servicios profesionales prestados a los miles de obreros que requirieron de su defensa en los tribunales competentes de la localidad. Juicio tras juicio era ganado, no sólo con la solidez de las argumentaciones jurídicas sino con la densidad de una palabra elocuente, documentada y poética. Pero esa forma desprendida de vivir nunca le permitió amasar fortuna alguna. Todo lo gastaba en sus placeres terrenales.
Pero Zambrano tenía además dos defectos: amaba demasiado su propia libertad y el azúcar. El primero de los defectos lo llevó a vivir miles de aventuras al estilo del más puro amor libre, sin los lazos angustiantes del matrimonio o el similar peso del concubinato. Romances por doquier le fueron conocidos. Rendíase con facilidad ante las mujeres hermosas, de tumultuosas caderas, afanosas piernas, y jugosos pechos. Todas quisieron echarle el lazo a este admirado prohombre de las letras monaguenses. Pero cada intento sólo les dejó, la pena de unas lágrimas y el placer de una noche loca vivida con el codiciado soltero monaguense.
Año tras año, Zambrano se resistió a aceptar la vida en pareja. Se ufanaba de sus apasionadas aventuras aquí, allá y también allende el océano; en aquellas atractivas ciudades que le abrieron sus puertas, en sus numerosos viajes por el mundo. En todas partes bebió las mieles del amor. Más sin embargo, esa terca manera de vivir su libertad lo llevó a quedarse definitivamente solo hasta el fin de sus días. Ni siquiera hubo un hijo, fruto de sus correrías amorosas, que siguiera el legado. Sería su hermana Margarita quien cuidaría para siempre de sus desvelos, pero también de preparar sus comidas y de planchar sus trajes.
El otro defecto de Zambrano no fue menos llamativo. Amaba tanto el azúcar, los ricos dulces, las almibaradas conservas, que no aceptó cumplir con las obligaciones inherentes al diagnóstico que un mal día le hizo su médico, adonde acudió en virtud de un cansancio insoportable, una manifiesta orinadera nocturna, unas ganas incontrolables de comer a cada rato, acompañada de una sed insaciable. Diabetes, enfermedad grave, pero nunca esdrújula, fue el diagnóstico final del galeno. Zambrano amaba el azúcar y estaba enfermo de ella.
No obstante, Zambrano se escapaba, al término de sus numerosas y concurridas conferencias dictadas a los militantes del partido y la juventud comunista, a comer los ricos quesillos de coco que vendían en los alrededores de la plaza bolívar de Maturín. Ya fuera la excusa, el acompañar a una hermosa estudiante universitaria, o a un adelantado militante del partido a platicar sobre el materialismo histórico o dialectico, el final siempre era el mismo: degustar un rico quesillo de coco, o de piña, o una cremosa torta, y beber un delicioso vaso de leche fría.
De nada sirvieron los consejos. Zambrano comenzó a perder vitalidad. Su caminar se hizo lento y pesado. Su piel se tornó oscura, y de ser obeso se transformó en un hombre flaquísimo y débil. La enfermedad hizo estragos en Zambrano cuando ya pisaba los setenta años y más lucidez mostraba su mente y espíritu.
Su hermana, casada y madre de tres hijos, vio mermar el presupuesto familiar, mientras aumentaban los exámenes, medicinas y las largas hospitalizaciones sin resultados favorables. La producción intelectual cesó definitivamente. Sus humildes admiradores empezaron a preocuparse por Zambrano, quien se moría y no tenía dinero para enfrentar la nueva mala noticia: Insuficiencia renal.
Los enemigos políticos, a quienes Zambrano siempre adversó no estaban dispuestos a ninguna concesión. No querían más promoción del fin de la explotación del hombre por el hombre: comprarían su biblioteca, tesoro de más de diez mil libros. Zambrano tuvo que vender a sus enemigos su biblioteca, no para conseguir días más de vida, sino para resarcir un poco a su amada hermana, cuando él ya no estuviera. Antes de firmar la venta se cuenta que les dijo: “Les vendo todos mis libros pues ya yo me los leí, algo que ustedes jamás podrán hacer”. Un mes después Zambrano se despidió para siempre de este mundo. Su biblioteca se perdió, fragmentada en mil pedazos. Todo por culpa del azúcar.http://es.wikipedia.org/wiki/Monagas
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